Big Bang, de Carlos Ares, dirigida por Corina Fiorillo, entrecruza varios planos en un texto que habla sobre el teatro, el recuerdo y plantea un interesante juego de identidades.
“Ella fue por esa vez
mi héroe vivo y
fue mi único héroe
en este lío
la más linda del amor
que un tonto ha visto soñar
metió, metió mi rocanrol
bajo este pulso”,
Fragmento de “Esa estrella era mi lujo”, de Los Redonditos de Ricota
Dos actores se reencuentran sobre el escenario para ensayar una obra que los tendrá a ambos sobre las tablas. Hace mucho tiempo que no se ven y entre ellos ha existido una gran pasión. El es (al menos así lo aparenta en esta obra sobre el juego de las apariencias) un artista cuyo trabajo ha tenido poco interés en los medios y la crítica; ella, una diva. Ambos estudian su guión, pero lo más interesante son aquellas palabras propias, aquellos sentimientos y su dolor. Ares logró un guión preciso y los actores se sacan chispas con aquellos parlamentos.
La directora Corina Fiorillo se encargó de guiar con seguridad a Raquel Albeniz y Alejo Mango en dos papeles que atraviesan diferentes planos de modo constante. Sus actuaciones son precisas y son hábiles para transmitir los distintos matices de sus personajes, y, a su vez, de los personajes de sus personajes.
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